Escuché atentamente las palabras de mi padre y las guardé en lo más hondo de mi corazón. En ese mismo instante decidí que iría a conocer el mundo. Trabajé en la tienda un año más, pero tenía la cabeza en otra cosa: en los preparativos del viaje. El mismo día en que cumplí los quince años embarqué en busca de aventuras, en un barco con destino muy lejos de Basora. Antes de subir a bordo,mi padre me abrazó y me dio dos besos.
-Conoce el ancho mundo- me dijo-, enriquécete y regresa feliz a Basora, para alegrar la vejez de tus padres. Me entregó una pequeña bolsa con algunas monedas para el viaje. Mi madre me abrazó también y me besó con lágrimas en los ojos. [...] El capitán del barco gritó:
-¡Arriba! ¡Acabad las despedidas y vámonos!
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